PACO CAVALLER (Barcelona).- Lo vivido el pasado jueves en Barcelona fue algo sin precedentes en la Ciudad Condal. Durante meses, las emisoras del grupo Flaix venían anunciando a bombo y platillo Maestro, un evento/concierto/performance en el que la figura del deejay, la del cantante y la de la orquesta sinfónica se fusionaban para hacernos viajar, junto a imágenes históricas de los más icónicos eventos de la escena, a la última década del siglo pasado.
Maestro nació con motivo del 25º cumpleaños del Grupo Flaix, emisoras musicales de radio en frecuencia media (FM) referentes en Cataluña. Pero, en realidad, Maestro dejaba a un lado el protagonismo del organizador y se lo entregaba a todos aquellos artistas y productores musicales que, desde los años 90 hasta los días en que ahora vivimos, han puesto ritmo a nuestras vidas.
Era un jueves de enero. Hacía frío en Barcelona. La mayoría de sus habitantes salía de sus puestos de trabajo. Unos pocos afortunados ya habían estado presentes en el primer pase de Maestro, a las seis de la tarde. Quien aquí les escribe prefería no saber nada de cómo había ido, pero, ya saben, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Con un ojo abierto y el otro cerrado por el temor a filtraciones, trastee en Twitter buscando información. Nada. O, mejor dicho, muy poco; un par de imágenes que ya dejaba entrever que el escenario era digno de las mayores ocasiones.
Un par de cervezas, unas patatas bravas y a hacer cola. El Gran Teatre del Liceu es un lugar que acoge con relativa asiduidad al público más exquisito. Óperas, conciertos de música clásica y demás eventos de absoluta majestuosidad ocupan normalmente el calendario de uno de los escenarios más imponentes de la ciudad. ¿Qué íbamos a encontrarnos en Maestro?
El público rondaba los 35-40 años de media. Ya es más de lo que me esperaba. Al fin y al cabo, uno tiende a pensar que quien escucha música electrónica ronda más bien la veintena. Sin embargo, no hace falta ser un gran matemático para darse cuenta de que son esos cercanos a los 40 los que, hace un cuarto de siglo, reventaban las pistas de baile.
El Liceu esperaba tranquilo, impertérrito ante la impaciencia de un público que quedaba fascinado con la sala al acceder a ella y que no sabía que esperar de la GIOrquestra, la orquesta sinfónica gerundense encargada de interpretar la maravillosa tracklist que Flaix había preparado. Son incontables los vídeos que circulan por las redes con clips de orquestas sinfónicas versionando hits electrónicos y adaptándolos a la escucha reposada. ¿Iba a ser eso Maestro? No lo sabíamos. Nadie lo sabía. Quedaba poco para salir de dudas.
Las luces del Liceu se apagan paulatinamente. Sin darnos cuenta, mientras charlamos unos con otros y nos situamos en nuestras butacas, hemos pasado de estar rodeados de oro a estarlo de oscuridad. Se oyen latidos de corazón. Podrían ser los de cualquiera, pero provienen de los altavoces situados a izquierda y derecha del escenario. Los músicos se colocan. Nos trasladamos al espacio exterior con la banda sonora original de 2001: Una odisea en el espacio. Maestro ha echado a andar y no habrá quien lo pare.
Bien, una banda sonora cinematográfica para arrancar. Nos encanta, pero no hemos venido a ver eso. ¿Qué vendrá después? Esto es Flaix; no hay fiesta sin pinchadiscos. En lo alto del altar aparece su figura. ¡Uy! Suena un bombo, el elemento más genuino de la electrónica. Se acelera. Tanto, que los beats se pisan unos con otros hasta generar una frecuencia nueva. ¿Les suena? Al público sí. Y lo vitorea. Es el sonido de One (Your Name), probablemente el primer gran éxito de los Swedish House Mafia. Los violines y demás instrumentos de cuerda y percusión se suman al show. El deejay se encarga de que la base no falte. No sé qué hacemos sentados. Las piernas van solas. Esto hay que bailarlo.
Eso fue sólo el inicio. Desde entonces, ya no hubo descanso. Pjanoo de Eric Prydz, Café del Mar de Energy 52, Insomnia de Faithless, Sandstorm de Darude, Levels de Avicii, Get Lucky de Daft Punk, Feel For You de Bob Sinclar, Knights Of The Jaguar de Dj Rolando, Adagio For Strings de Tiësto, You Don’t Know Me de Armand van Helden, Porcelain de Moby, The Man With The Red Face de Laurent Garnier… ¡Miento! Sí que hubo un pequeño, diminuto descanso: sonó Time de Hans Zimmer. Durante menos de un minuto, como introducción al Get Lucky. Algo es algo…
El público jaleaba y aplaudía al ton de la música en cada drop, pero sin duda hubo dos elecciones, dos pistas, dos interpretaciones que supusieron momentos altamente emotivos y sin duda imborrables de las memorias de los afortunados que ahí estuvimos. Robert Miles destrozó (para bien) los esquemas de la escena electrónica en 1995, cuando lanzó al mercado Children dentro de su EP Soundtracks. Más de dos décadas más tarde, seguimos concentrándonos para que no nos caiga la lagrimita al escucharla. No sé cuántos éramos conscientes aquella noche en el Liceu de que Robert Miles falleció el pasado verano. Yo no pude evitar pensar en él y dedicarle profundamente esos minutos. La interpretación de Children puso los pelos como escarpias al público.
El otro gran momento vino a cuenta de dos máquinas en esto de hacer botar y despeinar al personal. Los deejays de Flaix cedieron el altar a dos grandes de la escena local: Dj Skudero y Xavi Metralla. Y, para sorpresa de todos, junto a ellos, la bellísima Marian Dacal. Y es que sí, ellos, curiosamente, también cumplían 25 años. Oí a varios a mi alrededor decir aquello de “qué tiempos”. Yo no tuve la fortuna de vivir la etapa dorada de Pont Aeri. Ya saben cómo reza la canción: “Since 1992, there is a clock which is making history. Seven years later, in 1999, it’s still kicking: Pont Aeri!!”
Marian rezó la frase tal cual lo hace en la pista original, aunque nos dejó eso de gritar “Pont Aeri” a nosotros. El éxtasis del público llegó a su summum. La entrega era total. El delirio, absoluto. El jaleo, ensordecedor. Yo no sé si algún socio del Liceu, habitual del lugar, habría ido por curiosidad a ver Maestro. Si lo hizo, debió escandalizarse. Tal fue la locura colectiva generada por Flying Free, que se les hizo volver a comparecer en el último instante para hacernos bailar el himno una vez más con un bis.
Tras esos “abracadabra” inconfundibles, el colectivo artístico se despedía ante una ovación estruendosa que bien duró casi 10 minutos. Me sentía agradecido. Maestro me había permitido revivir mis también 25 años de vida pegado al transistor, al casete, al compact-disc, al mp3, al iPod… Aquel jueves de enero, en el Liceu, los amantes de la electrónica demostramos que, como dijo Marc Timón, director de la GIOrquestra, “no creemos en el techno, el house o la música clásica; creemos en buena música y mala música”. Aquel jueves de enero, el Liceu salió de fiesta y los allí presentes no lo olvidaremos jamás.